LA REVOLUCIÓN DE TRUJILLO
Páginas de la memoria histórica que el pueblo peruano no debe olvidar. Un hecho histórico por lo que significó el gesto de los trabajadores de
las haciendas cañeras, de los estudiantes, de las amas de
casa e incluso de gente de la más
refinada aristocracia provinciana. Al comienzo fueron menos de doscientos macheteros de Laredo, quienes en la madrugada del 7 de julio de 1932 tomaron a sangre y fuego el Cuartel O'Donovan, tras más de cuatro horas de lucha, de muertos y heridos por ambas partes. En unas horas más los jóvenes, estudiantes y trabajadores la mayor parte de los trujillanos- hombres y mujeres- de la ciudad y de los pueblos
cercanos declararon su beligerante rechazo a la
dictadura y se unieron a la revolución.
Al clarear la mañana de aquel día los revolucionarios
marcharon hacia la Plaza de Armas,
encabezados por una mujer de tez oscura, que portaba una bandera del APRA, para que no hubiera duda de que era una revolución contra la dictadura de Sánchez Cerro, detrás de cuyo nombre se agazapaban los barones del algodón y del azúcar. El Perú vivía
tiempos de inseguridad, a manos de los
esbirros del gobierno. Habían asesinado a mujeres y niños que celebraban la Navidad del año anterior. Pensaba la
oligarquía acabar con el Aprismo, vana pretensión que los años han confirmado.
Las
condiciones de explotación de los obreros y campesinos de los ingenios
azucareros y plantaciones algodoneras eran manifestación elocuente de que
los privilegios de que gozaban los herederos de las cortes
virreinales, los criollos, incluían estas relaciones injustas, entre trabajadores y
hacendados.
En 1931 el brazo largo de la oligarquía desconoció el
triunfo de Haya de la Torre candidato entonces a la presidencia. Meses más
tarde los diputados apristas fueron
deportados del país. Las puertas de la legalidad se cerraban para impedir que el Aprismo gobernara.
La
doctrina aprista había calado muy hondo en la conciencia de los obreros y de los
estudiantes y a través de ellos se hizo esperanza y derrotero de lucha.
Había que cambiar esta realidad, que prolongaba la historia de abusos
y atropellos de los ricos contra los pobres. Sin mediar consigna alguna del alto mando del Partido, los obreros
dieron el primer paso pensando
quizás que este gesto revolucionario provocaría el levantamiento de otras ciudades del Perú. Si esto no se logró, si fue el
inicio de cambios arrancados a la oligarquía, en el ámbito laboral, las
primeras leyes del trabajo, la instauración de la seguridad social, del derecho de los peruanos a militar en partidos y sindicatos, con largas noches de dictadura y muy breves amaneceres de libertades y de
actividades políticas.
Bueno es que sepan las nuevas generaciones que sus
abuelos vivieron más de una década de
persecución, prisión tortura, exilio y muerte. Bueno es que sepan que sus padres y madres guardan recuerdos de muchos más años de dictaduras tan brutales y despiadadas como la de los años
treinta, cuarenta y cincuenta.
Qué vergüenza, que la dictadura, el autoritarismo, la
corrupción hayan frustrado ese afán
nuestro de vivir en democracia. Qué bochorno, que hasta el inicio del nuevo siglo no hubiésemos podido sentar las bases
para la convivencia entre peruanos, para el desarrollo
económico, social y político de nuestro
país.
¿En
qué fallamos?
No se vaya a decir que el fatalismo nos ha signado con la
derrota. Honestamente tenemos los apristas que
hacer un auto examen de nuestro comportamiento, de
nuestra conducta y no culpar de todo a nuestros adversarios. Algún día se aclararán las mentes. Ojalá que no sea demasiado tarde para cumplir con nuestro compromiso histórico.
Si hay una premeditada intención de olvidar este hecho,
es bueno decir que la Revolución
del 7 de julio de 1932, en la Ciudad Mártir de Trujillo, marcó un hito en el recorrido de la historia del Perú. Ellos los revolucionarios pagaron con su sangre su compromiso con un futuro mejor
para el pueblo peruano, que desde entonces aprendió que la libertad, la justicia social, la democracia participativa y el estado de
derecho no serán realidad palpitante sin la plena participación de todos los sectores de la sociedad, sin sectarismos, ni exclusiones de ninguna clase.
Ellos,
los jefes y tropa enviados a sofocar la revolución cumplieron su compromiso de
defender a las "instituciones fundamentales de la patria" de
una patria que los manda a matar a peruanos que ponían en peligro a los
intereses y privilegios de los usufructuarios "del orden constituido"
Fueron muchos días de combate, de
retirada, y de huida a la clandestinidad. Que las cortes marciales, en juicios sumarios, mandaron a miles de apristas y simpatizantes a los paredones de
Chanchán, donde hasta
no hace muchos años quedaban las huellas del sacrificio de quienes fueron
fusilados por el "delito" de reclamar liberta, justicia,
participación democrática en el
manejo de los destinos de la nación. Horas duras de represión y de represalias de los esbirros del
régimen. Horas también de valor
y heroísmo para enfrentar a los pelotones de fusilamiento. De la prisión al paredón, los que iban a morir no dejaron
de cantar sus himnos de lucha y esperanza, hasta que ráfagas de los fusiles les cortaron la
vida. Por mucho tiempo Trujillo vistió luto,
por sus muertos que intereses mezquinos
pretender olvidad. Ellos, los héroes de Trujillo, los de Huaráz y Cajamarca, de
El Callao, etc., si fueron leales a la causa de la gran transformación soñada por VÍCTOR RAÚL HAYA DE LA
TORRE. Recordemos a
estos valientes compañeros y compañeras que rubricaron con su sacrificio su devota entrega al ideal, su comprensión
del mensaje emancipador de
Indoamérica. El reto está allí, hay que retornarlo para hacerlo realidad de justicia, libertad y de sana
convivencia entre todos los peruanos
e indoamericanos.
