martes, 18 de abril de 2006

ES LA HORA DE LOS GRANDES HOMBRES

Creo que poco se sabe de la gran amistad que unía a don Miguel de Unamuno con César Vallejo y con Víctor Raúl Haya de la Torre.


Unamuno, uno de los grandes filósofos y escritores españoles solía entretenerse con un grupo de jóvenes latinoamericanos en la Rotonda de Paris y admiraba el talento y el perfil intelectual de los dos peruanos. A Víctor Raúl le llamaba Hayita y a Vallejo le decía Cesitar.

Don Miguel de Unamuno nació en Bilbao, considerado como uno de los precursores del movimiento filosófico, fue miembro de la Generación del 98.

En julio de 1925, se realiza en Paris la Asamblea Latinoamericana, organizada por José Ingenieros, que en Francia representaba a Argentina en las fiestas del Centenario de Charcot. La reunión es para rendir un homenaje a México.

Entre los oradores figuran, entre otros, José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Miguel de Unamuno, Eugenio D´ors; entre los jóvenes, Carlos Quijano, uruguayo, y Haya de la Torre.

Desde ese momento se hacen amigos. Haya de la Torre ha leído todo lo publicado por el Rector de Salamanca. Aquella tarde Unamuno, después de escuchar a Haya de la Torre comenta:

“¡Qué pasta de gran orador tiene el muchacho!”.

Desde esa noche se encuentran casi diariamente en la Rotonda. Haya de la Torre le acompaña a veces a pie desde el Bulevar Montparnasse hasta la Rue Laperouse donde Unamuno tiene una habitación que parece una celda. Don Miguel no entra jamás al “Metro” y cuando Víctor Raúl le interroga por qué, él responde:

-¿Yo? ¿Bajo tierra vivo? ¡No hombre! Eso para los mineros. ¡Yo bajo tierra, sólo muerto!...

En cierta ocasión César Vallejo le comentó a Víctor Raúl que don Miguel de Unamuno no se cansa y siempre le acompañamos desde Montparnasse hasta Etoile, pues don Miguel vivía en el Hotel Laperouse. Escoge las tres de la tarde para caminar hasta llegar cansado pero a mi me deja muy fatigado.

Vallejo veía a veces pasar a Víctor Raúl y Unamuno al salir de La Rotonda.

Y cuando Haya le hacía una señal para que se uniera en la andadura César Vallejo se escondía.

-A mi no me haces caminar de día, así, ni de vainas…le decía. De noche si.

Y aludiendo a los chalecos tejidos de Unamuno que le cerraban en el cuello como los de un pastor protestante Cesar Vallejo le decía a Víctor Raúl:
- ¿Has visto? De esos chalecos que parecen alforjas, Don Miguel a veces saca uno o dos libros que lleva escondidos. Estoy seguro que de pronto va a sacar de esas alforjas la Enciclopedia Británica.

En México durante su exilio Haya de la Torre conoció, entre otras personalidades, al pintor Diego Rivera. Era el año 1923 y al año siguiente, el 7 de mayo fundó La Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, y fue Rivera el autor de la bandera de Indoamérica, que simbólicamente Haya de la Torre entregó al presidente de la Federación de Estudiantes Vascocelos.




Esa amistad se rompe diez años más tarde. En 1954 cuando Víctor Raúl llega a México Diego Rivera cumple instrucciones comunistas para atacar a su antiguo amigo. Las hijas del pintor estuvieron a recibir en el aeropuerto a Haya de la Torre pero Diego dijo que se trataba de un “imperialista”. (¿)

Cuando un reportero preguntó a Víctor Raúl que pensaba de las declaraciones de Diego Rivera, respondió:

-Sigo admirando a Diego como artista, pero cuando el habla de política comete los mismos despropósitos que yo cometería si me pusiera a pintar frescos.

Víctor Raúl Haya de la Torre siempre predicó con el ejemplo y nos ha manifestado que él aprecia la grandeza humana individual y colectiva por la firmeza ante la adversidad.
Desde los 21 años leyó por primera vez al Inca Gracilazo en el Cuzco, escribió una carta a su padre con estas palabras:

Como tú me enseñaste a trepar cerros yo sigo con la costumbre. Cada domingo hago las excursiones.
Pero las más agradables son al Saccsayhuamán.

Allí leo al Inca Gracilazo. Estoy fascinado con sus comentarios. Y acabo de leer dos veces la obra del Inca Emperador Pachacutec. De sus lemas, hay dos que me parecen sabias reglas de acción. “La impaciencia es señal de ánimo vil, bajo y mal enseñado”. Y este otro que vale tanto como aquel:

“El varón fuerte y animoso es conocido por la paciencia que muestra en las adversidades”.

Por mucho citar al Emperador Pachacutec- aún en el seudónimo “Luis Pachacutec”- los compañeros que fundaron con él las Universidades Populares y el Aprismo le han llamado afectuosamente con ese nombre.

Víctor Raúl Haya de la Torre era un hombre generoso. Siempre estuvo dispuesto a tender la mano a sus adversarios en bien del Perú.

Por allí quedan muestras de su generosidad. Humilde compartió su pan con quienes se le acercaron, por encima de cualquier diferencia.

En Roma, los niños y familias pobres le conocían como el hombre bueno que aparecía de tiempo en tiempo para obsequiarles golosinas y alimentos.
Se acordaba de los pequeños, como se llamaban sus niños vecinos de casa, y les colmaba de juguetes, pelotas y aguinaldos como si se tratara de sus niños peruanos.

Por estas y otras razones Víctor Raúl Haya de la Torre, es universal, como los grandes hombres de la humanidad.



Ahora les conocemos mejor, y nos estamos acercando al mundo.

La humanidad avanza, sus conocimientos nos acercan. No le cerremos las puertas a la imaginación para comprendernos mejor.

Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Pablo Neruda, Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, José Carlos Mariátegui, César Augusto Sandino, José Martí, José María Arguedas, Antenor Orrego, etc. Son los artífices del sueño dorado indoamericano.

Todos ellos estuvieron comprometidos con el noble ideal de la integración latinoamericana que ya es una realidad.

Con “El Pueblo Continente” el filósofo peruano Antenor Orrego puso la premisa de todo un proyecto de la época moderna y con la lucha por la unidad en Centroamérica, de Augusto César Sandino, la ardua tarea del escritor y diplomático colombiano Germán Arciniegas “El Americanista”.




Pero el Maestro, como le llamaban sus contemporáneos, fue sin duda Víctor Raúl Haya de la Torre, con su obra “El antiimperialismo y el Apra”, en la que concentra sus planteamientos integradores adelantándose a su tiempo. Es el hombre que nos enseñó a los latinoamericanos a pensar en dimensión continental.



Ricardo F. Ñique Cornelio